Por Bruno Cortés
La política mexicana suele sentirse como ese capítulo eterno donde nunca sabes si lo que pasa es parte del guion o una improvisación sobre la marcha. Y en medio de ese ambiente, la explosión de un coche-bomba en Coahuayana, Michoacán, encendió las alarmas. La presidenta Claudia Sheinbaum salió de inmediato a explicar que el hecho no fue un ataque contra su gobierno, sino un choque directo entre grupos criminales. Y quien levantó la mano para respaldarla fue Ricardo Monreal, coordinador de Morena en la Cámara de Diputados y presidente de la Junta de Coordinación Política, figura clave cuando se habla de acuerdos y control político.
Monreal, que suele moverse con precisión quirúrgica cuando se trata de mensajes públicos, dijo que la explicación de la presidenta es “lógica y correcta”. Su argumento es simple: si el gobierno decidió entrarle con fuerza al combate al crimen organizado —con inteligencia, coordinación y cero tolerancia a la impunidad—, la reacción de los grupos criminales es casi un efecto inmediato. No lo dice con dramatismo, sino como quien explica un fenómeno esperado de causa y efecto. Para él, el mensaje de Sheinbaum es serio, viable y transparente. Nada de cortinas de humo, asegura.
El legislador también entró a un punto que en redes y pasillos del Congreso generó ruido: ¿esto es terrorismo o no? Monreal fue claro en que para llegar a esa clasificación se necesitan varios requisitos legales muy específicos, como daño a población civil o intención de generar pánico generalizado. Según él, la Fiscalía General de la República ya revisó esos criterios y concluyó que no aplica el término “acto terrorista”. Y aunque él no es fiscal, remata con un “yo les creo”, que para estándares políticos es casi un acto de fe institucional.
Por otro lado, cuando surgió el comentario del presidente estadounidense Donald Trump —quien, fiel a su estilo, advirtió sobre supuestas acciones bélicas contra narcos en México—, Monreal prácticamente lo dejó hablando solo. Dijo que Trump siempre habla para su propio público y que México jamás aceptaría intervenciones militares. Ni invasión, ni injerencia, ni nada que se le parezca. En pocas palabras: gracias, pero no. México tiene problemas, sí, pero también tiene límites.
Al final, la postura de Monreal funciona como un mensaje doble. Hacia dentro, muestra un cierre de filas en torno a la presidenta en uno de los temas políticamente más sensibles: seguridad y crimen organizado. Hacia afuera, intenta aclarar que el gobierno no está maquillando nada, que se sigue la ley y que los hechos violentos tienen explicación dentro del contexto criminal del país. Es una narrativa que busca calmar, pero también defender una estrategia de seguridad que, como siempre en México, camina en una delgada línea entre la expectativa y la realidad.















Deja una respuesta