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Cuando cuidar la naturaleza también es cuidar la mesa y el territorio

Por Bruno Cortés

 

En medio de la discusión ambiental que muchas veces se queda en oficinas y discursos técnicos, comunidades, organizaciones sociales y autoridades pusieron sobre la mesa una idea sencilla pero poderosa: no se puede hablar de medio ambiente sin hablar de comida, de empleo y de la vida cotidiana en los territorios. Así se dijo en el foro “Raíces y futuro. Hacia un ambientalismo mexicano”, donde el mensaje fue claro: hace falta reconstruir el diálogo para avanzar hacia una política ambiental integral que combine justicia climática, seguridad alimentaria y desarrollo local.

Desde la voz de líderes comunitarios quedó claro que las organizaciones territoriales no son un problema, sino parte de la solución. Lejos de obstaculizar, son quienes cuidan bosques, mares y selvas todos los días, quienes sostienen el tejido social en regiones rurales e indígenas y quienes evitan que muchas zonas caigan en el abandono o la violencia. El ambientalismo, coincidieron, no puede construirse sin quienes viven y trabajan en el territorio.

En el panel “Historias desde la base”, la conversación bajó del discurso abstracto a la experiencia concreta. Ahí se habló de cómo las comunidades organizadas conservan sus recursos, toman decisiones colectivas y generan soluciones ambientales y sociales desde sus propias realidades. Participaron representantes de distintos rincones del país, desde organizaciones forestales y pesqueras hasta comunidades de Chiapas y la Selva Lacandona, todos con un punto en común: nadie cuida mejor el territorio que quien depende de él para vivir.

Gustavo Sánchez, presidente de la Red Mexicana de Organizaciones Forestales Campesinas, puso el dedo en una herida institucional. Dijo que en los últimos años se perdieron espacios de participación ciudadana y que muchas organizaciones fueron estigmatizadas, mientras que el sector forestal sufrió uno de los recortes presupuestales más severos en décadas. Para él, hablar de un “nuevo ambientalismo” implica sentar a la misma mesa a comunidades, Ejecutivo y Congreso, porque hoy son las propias comunidades las que invierten recursos, restauran bosques, monitorean sus territorios y desarrollan proyectos productivos, incluso con enfoque de género.

El mensaje fue directo: no se puede pedir que cuiden millones de hectáreas con presupuestos mínimos. Sin financiamiento público suficiente, la política ambiental se queda corta frente al tamaño del reto.

Desde el sector pesquero, Aureliano Aldama, dirigente de la Confederación Nacional de Cooperativas Pesqueras, expresó una preocupación que suele pasar desapercibida en el debate ambiental. La pesca ribereña, explicó, no es un negocio para hacerse rico, es una actividad de sobrevivencia para miles de familias. Y en un país con más de 136 millones de habitantes, la seguridad alimentaria no es un lujo, es una obligación del Estado.

Aldama cuestionó que mientras México importa pescados y mariscos sin mayores trabas, los productores nacionales enfrentan más restricciones para pescar, exportar y mantenerse a flote, derivadas de cambios normativos, zonas de refugio y compromisos ambientales internacionales. Aclaró que el sector no está en contra del cuidado del medio ambiente, pero pidió políticas públicas que entiendan la realidad económica de las comunidades y no las coloquen contra la pared.

Desde el sur del país, Pablo Chankin y Sixto Pinacho recordaron algo fundamental: los ecosistemas no están vacíos. En ellos viven comunidades con sistemas de vida propios, con formas de organización y producción que han permitido conservar la selva, el agua y la tierra durante generaciones. Defender el territorio y fortalecer la producción local, dijeron, no es un capricho, es la base de una gobernanza ambiental que funcione.

El foro dejó una conclusión difícil de ignorar: si México quiere una política ambiental sólida, necesita escuchar más a sus comunidades y legislar con ellas, no sobre ellas. El reto para el Congreso y el gobierno es traducir estas voces en leyes, presupuestos y decisiones que entiendan que cuidar la naturaleza también es cuidar a quienes la habitan.

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