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Calaveras de amaranto, un vínculo entre la gastronomía y la cultura prehispánica

El Día de Muertos es una de las celebraciones más queridas en México, una mezcla perfecta entre lo espiritual y lo festivo. En medio del color del papel picado, el aroma del copal y el sabor del pan de muerto, hay un elemento que vuelve a ganar protagonismo: las calaveras de amaranto, un dulce con raíces prehispánicas que hoy vuelve a las ofrendas como símbolo de memoria y tradición.

Aunque hoy abundan las calaveras de azúcar o chocolate, las de amaranto —conocido en náhuatl como huauhtli— tienen una historia milenaria que se remonta a los mexicas, quienes elaboraban figuras de sus dioses con este mismo ingrediente para celebrar a Huitzilopochtli, el dios del sol y la guerra.

Un dulce con historia divina

Los mexicas producían entre 15 y 20 toneladas de amaranto al año, una semilla tan importante que funcionaba como alimento, moneda y ofrenda religiosa.
En las fiestas del Panquetzaliztli, dedicadas a Huitzilopochtli, las pilhuan Huitzilopochtli, mujeres servidoras del templo, elaboraban grandes figuras del dios con pasta de tzoalli —una mezcla de amaranto molido con miel de maguey y maíz tostado—.

Según el cronista Fray Diego de Durán, con esa mezcla se moldeaban ídolos enormes que eran colocados en los templos y acompañados de cientos de ofrendas comestibles hechas del mismo material.
Era una forma simbólica de alimentar a los dioses y agradecer la vida, la guerra y la cosecha.

De la censura a la resistencia

Con la llegada de los españoles, el ritual fue prohibido por considerarse “pagano”, y el huauhtli fue renombrado como bledos, un intento de borrar su valor sagrado.
Sin embargo, las comunidades indígenas mantuvieron viva la tradición, adaptando la receta hasta convertirla en los actuales dulces de alegría y, más tarde, en calaveras de amaranto.

A pesar de haber sido relegadas por las de azúcar o chocolate, las calaveras de amaranto resisten en regiones como el sur de la Ciudad de México, Puebla y Tlaxcala, donde se siguen preparando con piloncillo, miel o azúcar y se decoran con lunetas de chocolate o papel de colores.

El regreso de un símbolo ancestral

Hoy, colocar una calavera de amaranto en la ofrenda es más que un gesto culinario: es una conexión con las raíces prehispánicas de México.
Este dulce no solo representa el ciclo de la vida y la muerte, sino también el renacer de una visión del mundo donde la naturaleza, la fe y el arte están entrelazados.

Además, el amaranto es uno de los alimentos más nutritivos del país: contiene más proteínas que el arroz, el maíz o el trigo, y su cultivo resiste sequías, lo que lo convierte en una opción sustentable para el futuro.

Un toque ancestral para la ofrenda moderna

Cada calavera de amaranto cuenta una historia que une pasado y presente.
Al poner una en la ofrenda, no solo se honra a los difuntos, sino también a las antiguas manos que mezclaron miel y semillas para dar forma a los dioses.
Es, en esencia, una manera de decir que la memoria y la identidad también se comen.

Así, mientras el copal se eleva al cielo y las velas iluminan las fotos de los que se fueron, el sabor del amaranto nos recuerda que en México, la muerte se celebra con vida.

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