México al minuto

Información al instante

Códices que laten: Congreso celebra la memoria que guía a México

Por Bruno Cortés

 

La diputada Dolores Padierna lanzó una frase que retumbó en el Salón de Protocolo de San Lázaro: “Un país sin memoria es un país sin futuro”. Y aunque suele sonar a cliché político, esta vez la idea aterrizó en un contexto bien concreto: la presentación del libro “Códices. Murales de Ariosto Otero”, una obra que busca recordarle al país que la cultura no es un lujo ni un accesorio, sino el mapa que permite entender de dónde venimos y hacia dónde caminamos.

La diputada habló de los códices como si fueran seres vivos, brasas que se negaron a apagarse pese a siglos de destrucción, censura y olvido. Y tiene razón. En términos de política pública, rescatar y difundir estos materiales no es solo una cuestión estética: es una apuesta por reconstruir la identidad nacional desde sus raíces más profundas. En un país donde los debates legislativos suelen centrarse en presupuestos, reformas y pleitos partidistas, detenerse a hablar de códices parece raro, pero en realidad tiene todo que ver con las discusiones de fondo: cultura como herramienta de cohesión, educación y memoria colectiva.

Padierna subrayó que en esos documentos antiguos no solo se contaban batallas o gobernantes: allí está el registro del universo según los pueblos originarios, la manera en que entendían el tiempo, la tierra, la lluvia y el propio tejido de la vida. Cuando desde el Congreso se impulsa la conservación y difusión cultural, se está defendiendo la continuidad de esa visión del mundo. Dicho en palabras más simples: proteger la cultura es una política pública que evita que México pierda su brújula.

El libro de Ariosto Otero toma esa esencia y la reinterpreta para el presente. No pretende ser arqueología, sino puente. Su muralismo no copia el pasado: lo revive. Lo trae de vuelta para que quien lo vea, aunque no conozca de glifos o de historia prehispánica, pueda sentir la fuerza de algo que nos excede y, al mismo tiempo, nos sostiene. Por eso Padierna dijo que la obra “respira” y “late”. No es exageración poética, es una forma de decir que el arte también hace política, porque participa en la construcción de la identidad nacional.

En el evento, el diputado Roberto Mejía Méndez recordó que el muralismo mexicano siempre ha sido una forma de diálogo y diplomacia cultural. En un país como México, donde el arte ha servido para narrar luchas sociales, desigualdades y aspiraciones colectivas, estas expresiones se vuelven parte de cómo el Estado se representa a sí mismo. Y sí, aunque suene solemne, también es política pública: la cultura como diplomacia, como puente internacional y como herramienta de reconocimiento entre pueblos, en este caso con Colombia, invitada especial.

Ariosto Otero aprovechó el micrófono para lanzar un llamado directo al Estado: apoyar al muralismo como parte indispensable del ADN mexicano. Comparó esa tradición artística con símbolos tan cotidianos como los tacos o el tequila, para dejar claro que el muralismo no es cosa del pasado, sino un lenguaje vigente que merece protección institucional. Su comentario de que los muralistas son “especie en extinción” refleja la realidad de muchos creadores que dependen de políticas culturales sólidas para sobrevivir en un país donde no siempre se prioriza el arte en el presupuesto.

El acto cerró con la intervención del director del Espacio Cultural San Lázaro, Elías Robles Andrade, quien destacó que la Cámara de Diputados no solo hace leyes: también se ha convertido en un espacio donde la cultura tiene un lugar real. En un Congreso donde constantemente se discute el rumbo económico, la seguridad o la política social, incluir al arte como parte de la conversación pública es, de por sí, un mensaje: México necesita memoria para tener futuro, y la memoria se construye también con murales, códices y libros que no dejan que la historia se apague.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *